Carta a ellas
Aquí te escribo por la mucha &#**! que como cuando se trata de escribir. <Y que mi deporte favorito>. ¡Qué mala reputación me gasto como contador frente al monitor! Me avergüenza el tiempo perdido que no le dedico a las letras. Me declaro el culpable de mi perdición. Soy el cómplice de la inercia que abre el pozo de imparables letras e historias no contadas. Sí, de esas hay miles que se bañan descaradamente con mi inconsistente cascada de dejadez. ¡Que absurda idea la de publicar mis escritos en un momento programado! La historia no se proyecta; se escribe. Y a cada escritor con su cuento de locura. El mío me lleva a mí en vez de yo llevarlo. Mis historias caminan con sus propias patitas de papel mofándose de mi ilusa risa de regocijo. Son esclavos de mi impaciencia e inconsistencia. Ante ti les pido perdón si es que quieren saber de mí. Te prometo que no los olvido. Se lo puedes decir. Son mi más frecuente tormento apasionado. Que no los llevo a su lugar merecido es mi juicio diario. Mas no les prometo un futuro de reconocimiento. Esa fue mi culpa por pensarlas tanto. Ahora ellas solo esperan por ese momento que yo les prometí. Que se pierdan entre sus propias líneas y se enamoren unas con otras. Que al cabo me olviden para yo no sufrirlas en delirio. Que no importa lo que desvalidas que se sienten, fue su encanto lo que me llevó a engavetarlas. Ya no escribo, ya no cuento. No sé redificar su anatomía original. Cada momento que intento reescribir para rayar en la edición me roba la imaginación. La historia se aburre y ya sale corriendo por la ventana. Cae al pozo del olvido y allí se baña en lodo cansado. Pero que no se ofendan, que no se autoinflijan porque son mis musas. Las llevo fielmente, aunque me acusen de olvidarlas.
Pero no te olvido, jamás lo hago Verónica. A ti, Sarita, te prometo que no dejarás de provocarme. ¿Y qué te digo Priscila? Si cuando nací ya eras mi misterio preferido.
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